SÉ LO QUE ME GUSTA
Hay una especie de silencio en el momento de abrir un disco recién comprado. Hay una especie de silencio, como dice la canción que popularizaron los Carpenters, en el encuentro de dos amantes. Uno se siente encantado con lo que promete la experiencia con algo distinto, algo nuevo en el futuro propio. Esa especie de silencio, que ocurre muchas veces, no en todas las ocasiones trasciende, se imprime y deja huella. En el caso del coleccionismo, ese momento puede ser parte de muchos momentos que se repetirán cuando se trata de los preferidos, de los así llamados favoritos, de los discos de una vida.
Hay un libro que se llama “Las películas de mi vida”, en el que Francois Truffaut narra cuáles fueron esas obras que le resultaron importantes para su desarrollo profesional y su disfrute personal. También debe haber películas que cada uno tiene como favoritas y hasta las siente como propias. Así también ocurre con discos que uno elige para siempre. Son los que aparecen sobre todo en la adolescencia. No me cuesta nada hacer una lista de las obras de mi vida puestas en vinilo.
El primero de mis favoritos es el primer disco que compré. Fue a mis 12 años y se trataba de Banda en fuga, de Wings. La aventura de esa primera vez tuvo una especie de silencio cuando lo vi y sentí que el disco me vio. No fue la única vez que pasó eso, cada vez que uno entra a una disquería, reviso y hay un montón de otros que están ahí pero uno se da cuenta cuando aparece aquel con el que uno se va a ir a casa. No tiene que ver con que mi gusto personal sea mejor que el de cualquiera de los demás, pero cada tanto recibo una confirmación de que aquello que me gustaba era algo que a la larga sería reconocido como de atendible calidad. Banda en fuga sigue siendo uno de los discos más valorados, sino el que más, de Paul McCartney. Desde la tapa, pasando por dos o tres temas que ya son de relevancia en la historia de la música universal, hasta la complejidad del tema principal que habla de encierro y libertad. El tema plantea que quizás el más característico vínculo que se puede tener con la sociedad es huir de ella constantemente. Esta es una absoluta definición del coleccionista de vinilos, que encuentra en ellos una vía de escape, necesaria y terapéutica.
El segundo disco que me viene inmediatamente a la cabeza es Romantic Warrior, de Return to Forever. Producción de 1976, el mejor disco de ese año si es que se me permite establecer alguna especie de comparación innecesaria con demás obras de ese entonces. Cada uno de sus temas tiene una personalidad que lo destaca, se trata de un disco fundamental del jazz eléctrico, del rock progresivo difícilmente superado por otros grupos o por el mismo grupo (este es su disco más celebrado). Es una de esas obras de las cuales uno debe ponerse la camiseta. A riesgo de ser encasillado debo asumir que llevo en mis oídos la camiseta del jazz eléctrico, la del jazz rock y la del rock sinfónico. Como lo sugerido por Banda en fuga, también en el título de este guerrero romántico hay algo de la búsqueda personal que me identifica en cuanto a (sin que nadie me lo pida ni alguien lo note) pretender ser un héroe salvador de una comunidad de la que me aparto aferrado a esa especie de silencio que es el amor por los discos.
Vendiendo Inglaterra por una libra, de Génesis, me sirvió para mi primera obra de teatro, un unipersonal. En ese primer y único taller de teatro que hice en mi vida me di cuenta de que soy muy mal actor. De todos modos me di el gusto de sonorizar mi obra final del taller con Sé lo que me gusta (de tu guardarropas). La obra de teatro trataba, otra vez, de una persona que debe sacrificar lo que más quiere para sobrevivir entre desconocidos que no le dan una mano. Sé lo que me gusta, y me gusta lo que sé de tu guardarropas, puedo ir más allá de lo que muestras, más o menos eso dice la letra. Más o menos eso es lo que sucede cuando uno es elegido por un disco, por cierto disco. Con los preferidos uno siente que sabe lo que disfruta, es esa sensación de que alguien compuso la música que uno ya había soñado.
Hasta aquí, tres de los muchos discos que prefiero. No parece casual que sean discos descubiertos a los 12 años más o menos, edad en la que se termina la infancia y comienza la transición hacia la edad adulta. Las canciones que resuenan para siempre son esas bisagras entre un antes y un después. Discos a los que siempre se vuelve, a los que se vuelve para siempre (como se titula el grupo de Chick Corea). Creo que nunca sabré lo que siente un músico cuando se entera de que la música que ha hecho le sirve a muchos desconocidos como refugio, como lugar de encuentro con sí mismo.
Cuando el escaso dinero que se maneja en la adolescencia se gasta en discos, en cine o en libros, se alcanza a percibir esa especie de silencio prometedor de una gran riqueza escondida en ellos.-