Días antes de su muerte, en el Festival de Cosquín, los soldados que custodian la mesa de sonidos, miran para otro lado cuando Cafrune arranca con El orejano, tema ausente entre los autorizados. Valsea él, bajito pero con toda su voz, y la Plaza Próspero Molina explota.
Lista en una mano y fusil en la otra, ninguno de los dos soldados ordena al operador cortar el sonido. En la parte de “Soy chúcaro y libre”, el revoleo de pañuelos blancos cubre la audiencia y los gritos desesperan porZamba de mi esperanza. Su canción-emblema tampoco figura entre las permitidas. Cafrune la hace con la ternura de siempre, dosificando el fervor que produce cada línea. La plaza lo escucha en estado de reverencia (Clarín). Ambos temas, incluídos en esta compilación, hoy día pueden ser escuchados sin ningún miedo.
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