12 mayo, 2024 Por Elbio Córdoba 0

LOS SONIDOS DEL TIEMPO

Me llamo Elbio Ramón Córdoba Gasser. Escucho discos de vinilo desde que nací. Fue un 20 de julio de 1962. Soy el segundo hijo de unos padres que tuvieron dos. Apenas nacido yo, mi padre, coleccionista de música folklórica y tanguera, fue hasta una disquería pensando que el mejor regalo para mí (aunque yo ni lo registrara, claro) era un disco. Muchas veces compramos regalos que más que para el destinatario son para el que lo compra pero, en este caso, me pareció que era cierto que el destinatario fuera yo por más que fuese él quien lo disfrutó. Al llegar a casa, lo primero que hizo, me han contado, fue poner el disco y arrullarme. De esto me enteré cuando ya tenía unos 9 o 10 años: que ese disco, entre los otros que tenía mi padre junto a un tocadiscos bastante poco fiel a la amplitud sonora del vinilo, era el primer regalo que yo había recibido en mi vida. El tocadiscos de mi padre, cuya marca no recuerdo, era uno bastante tosco, tenía una tapa que se colocaba al lado y era el parlante por el que sonaba el aparato. Sólo recuerdo que estaba forrado en cuerina verde. Tenía un brazo fonográfico que generaba bastante fritura a los discos. Muchas veces, sobre todo para las fiestas, mi padre colgaba esa tapa-parlante de la pared y ponía música como un improvisado disc jockey esperando en el baile de las visitas una especie de cariño que tal vez poco había disfrutado en su infancia pobre. De esas fiestas infantiles me quedó cierto modo de pedir cariño, como mi padre, intentando ser disc jockey, cosa que fui desde los doce años hasta los treinta y pico, en Santa Fe y en Rosario, con dispar suerte; al principio en mi barrio de la capital y al final en algunos boliches rosarinos como para no perder la costumbre.

Lo que sí perdí como casi todos fueron muchos discos, algunos por amigos (más de lo ajeno que de mí) y otros en alguna radio en los años ochenta que no voy a mencionar, cuando se fundaban efe emes independientes, y al dueño de la emisora no le pareció que los discos con los que sentó las bases que hoy mantienen a su familia tuvieran que volver a su dueño. Claro que yo podría haberlos reclamado, pero por razones emocionales y de personalidad floja, es algo que jamás hice. La vida me ha regalado más cosas que las que no supe defender.

Fue también mi padre el que se encargó de guardar unos cuántos de mis discos cuando yo tenía treinta años, y el comienzo de mi vida laboral y de pareja coincidía con la época en que empezaban a gobernar los cds. Veintitrés años más tarde, en 2015, con mi padre ya fallecido, volví a abrir el placar que los protegió del calor, el polvo y la humedad, y allí estaban, intactos, mis preciosos tesoros, ofreciéndose a entrar nuevamente en acción. También en ese momento se me ocurrió participar de una feria a la que llevé un par de cajones con discos para vender. Desde entonces me dediqué a la compra y venta de discos, más por voluntad de ellos (aunque usted no lo crea!) que por mí. Tengo la sensación de que fueron, son y seguirán siendo, ruedas que me llevan por un camino de crecimiento y aprendizaje. Es algo difícil de transferir con palabras.

Escuchar vinilos es escuchar los sonidos del tiempo. Los discos me hacen revivir una época pasada, desde mis primeros alientos, y me acompañan en estos días donde todavía deambulan personas que dicen que esto de escuchar discos ya no existe más. Quienes en cada momento de la historia se han dejado llevar por los cantos de sirenas, los que creyeron que las nuevas tecnologías traían soluciones, los que han vuelto a compraren otro formato lo que ya tenían, desearían dar por muertas las caricias de los buenos tiempos que han disfrutado las anteriores generaciones. Prefieren creer que el vinilo está obsoleto. Hoy mismo escuché a alguien decir esto, antes de verlo alejarse abrumado por su propio desencanto.