LA APRECIACIÓN DE LA MÚSICA COMO ARTE
En los grupos virtuales de coleccionistas de vinilos aparece, casi todos los días, alguna discusión sobre el precio de los discos. Alguien publica algún ejemplar o lote a un precio equis, luego alguien opina que está muy caro, el ofertante responde, otro interviene y comienza una sucesión de oposiciones al respecto. Si bien estas discusiones obedecen a la ancestral vocación humana por la rivalidad como motivo de existencia, las opiniones sobre el precio de los discos tienden a dejar en último lugar la apreciación de la música como arte.
Cuando se entra a algún local comercial, digamos, una tienda de ropa, se escucha una música de fondo. Es una música que no varía mucho de otras que se estén escuchando en otras tiendas. Hay un género musical que podría denominarse “música de comercio”. Impersonal, rítmica pero no para bailar, chingui chingui repetitivo hasta hacerse indiscernible. No está mal, está puesta allí para ocultar el silencio que a veces incomoda. Es música decorativa, de ambiente, de fondo, no va al frente; sin embargo, detrás de ella, bastante lejos, se pierde la apreciación de la música como arte.
Los sitios de internet que proveen música, interpretan al usuario como alguien con ciertas preferencias. Esto hace que los programas vinculen un tema musical con el siguiente, de acuerdo a una segmentación genérica. Los temas musicales se repiten en un loop reincidente. Lo escuchado ayer es vuelto a escuchar hoy. El oyente parece aferrarse a un repertorio rutinario de cierto conjunto de melodías habituales. Es una actitud utilitaria de la música, detrás de la cual, luego de la satisfacción al ego del gusto personal, luego de abaratar los costos de reproducción, queda en tercer o cuarto lugar la apreciación de la música como arte.
El negocio de los discos nuevos está teniendo una incipiente primavera. Luego de caer las ventas a principios de este siglo en manos de otros soportes, hoy están volviendo a venderse discos nuevos. Es parte de la moda de distinguirse teniendo un equipo de música de alta fidelidad como los que estaban al tope de la reproducción a finales de los setenta. Si bien es propio del ser humano esto de estar a la moda, ser “cool”, querer tener más que el vecino, también funciona como una reactivación de mercado, más reducido que en el pasado y con alguna vaga fantasía de elitismo. Hay muchas discusiones sobre la calidad de sonido de los discos nuevos, eso abre como siempre (y ya se ha dicho aquí), la preferencia por la rivalidad a favor o en contra de lo nuevo o lo viejo. Lo importante aquí es que el negocio sea rentable; y queda en segundo plano la apreciación de la música como arte.
La compra y venta de discos usados tiene mucho de reciclado, de ciruja, de cartonero. Hubo un tiempo en que el disco de vinilo era de habitual publicación. Todas las semanas llegaban novedades de aquella actualidad a las disquerías. Era parte del circuito comercial de entonces. Eran productos que se podían reponer cuando se agotaban. Se le llamaba éxito a un gran número de ejemplares vendidos. Esos ejemplares fueron quedando guardados con el paso del tiempo y la aparición de nuevas tecnologías. Hoy aparecen en basurales, en garajes, en roperos. Son productos que ya no se pueden reponer; cuando se vende alguno, se espera su reaparición como fue su aparición. La humanidad produce y recicla; la nostalgia pone valor a lo antiguo. Ahí, detrás de la actitud de volver a hacer girar hoy un disco de antaño, imponiéndole a la moda un límite, eligiendo concentración en tiempos de dispersión, oponiendo el disfrute sereno a las tensiones del mercado, aparece en primer lugar la apreciación de la música como arte.