Una breve introducción al arte de las tapas de discos
Historias de fantasmas
La aparición del cd, a principios de los años ochenta, como reemplazante del vinilo, vino de la mano de la “limpieza” del sonido. Así como pasó con el advenimiento de la televisión por cable, tecnología que dejaría atrás una historia de fantasmas en la imagen producidos por antenas cada vez más entorpecidas por edificios cercanos. La televisión seguía siendo la misma, el problema era la falta de definición que no era otra cosa que el hacinamiento en las ciudades y la invasión de edificios que impedían la buena recepción. Lo mismo sucedía con el vinilo; el crecimiento demográfico en un entorno capitalista generaba la idea estar rodeados más de competidores que de vecinos. Todos con una predisposición a lo que vendrá, que parecía ser mejor sin poder precisar bien a qué nos referíamos con “mejor”. Ya no había tiempo de cuidar discos, el CD se escuchaba sin saltos ni repeticiones. Había que deslizarse (como no había púa a la vista) sin saber bien hacia dónde. Había que seguir adelante, como en una fila de cualquier serie, esperando vaya uno a saber qué. La resignación se disfrazaba de complacencia.
Un disco bien tratado sigue ofreciendo, a pesar del paso de las décadas, buena sonoridad. El maltrato hacia el vinilo es lo que generaba las frituras. La mala púa, el polvo, la humedad, las altas temperaturas, la falta de orden, dañaban al objeto, cosa que no lo hacía culpable de su sonido sino, más bien, víctima. Las frituras eran los fantasmas del vinilo. Con el CD (mismas siglas que Comisión Directiva) ya no deberían escucharse las frituras y la evolución consistía en reducir el tamaño del redondel. Lo primero que saltó a la vista, como pérdida, fue el arte de tapa. Nacido a mediados de los sesenta como un género artístico con identidad propia, el espacio disponible permitía esta aventura de pintar pequeñas paredes de 32 por 32 centímetros. El tamaño reducido del CD, hizo difícil la exposición plástica y había que leer con lupa la información obligatoria.
Jóvenes del pasado
Los treinta años de vigencia absoluta del vinilo, décadas del 50, 60 y 70, fueron los del capitalismo puesto en cuestión como modo de vida respetable, y los del desarrollo de una cultura popular que permitía la expresión de jóvenes disconformes con su pasado. Esos jóvenes quedaron en el pasado de nuevos jóvenes que veían el desarrollo tecnológico como una manera de acceder a un mundo que se les estaba haciendo necesario. El CD, la televisión por cable, el VHS y el cassette de audio, fueron nexos transitorios entre una época analógica y otra digital. En los 80 y 90 parecía imperioso dejar atrás el aparato recién comprado. Era necesario mantener un ingreso de dinero que permitiera seguir en carrera. Los discos fueron quedando en roperos, en garajes y en basurales. Se estaba en una carrera que no tenía tiempo para guardar el disco tranquilo y sin apuro en el sobre interior, y los discos se rayaban. No se tenía clara conciencia de qué era lo que apuraba pero el fin de siglo parecía insinuar que ya no había tiempo para lidiar con objetos físicos; el mundo virtual era un sueño premonitorio. Hoy, cierto sector social ha recuperado el refugio de los vinilos, asiste a un reencuentro no sólo con el placer de escuchar, sino también con el goce de la mirada y el tacto. Tener en las manos el objeto que contiene la música, sensación que todo disc jockey conoce, es un gesto de compromiso con lo que se elige escuchar. Esta el sujeto ejecutando un instrumento que incide en el momento que se vive. Es decir, los jóvenes de los sesenta, los de las pretendidas revoluciones de entonces, eran representantes de esta actitud que aún el vinilero disfruta. No es una plataforma digital la que decide por mí la sucesión de acontecimientos sonoros. Soy yo quien debe ocuparse. No puedo lavarme las manos.
La mirada al servicio de la escucha
No es una simple cuestión de épocas. Ya vendrá tal vez el momento en que el universo virtual sea quien ejecute todas las acciones del mundo físico. Estamos todavía en camino, podemos seguir disfrutando del tiempo sin apuros. Podemos charlar sobre vinilos. Por ejemplo, de las tapas, que también ofrecen una idea de tiempo. El tiempo del arte pictórico era el de muchos siglos, es decir, tiempos muy extensos, en los que había que detenerse a observar, y las piezas de pintura, luego de fotografía y cine, fueron acortando con los muchos años, la demora en el disfrute. El arte de las tapas de discos fueron expresión del tiempo cada vez más corto que proponía el proceso de industrialización. En el arte de tapa, universo de cruce entre fotografía e ilustración, propicio para el advenimiento de nuevas tecnologías gráficas, estuvo el nacimiento de individuos y grupos que desarrollaron, dentro y fuera del ámbito publicitario, nuevas escuelas. Los artistas del diseño de cubiertas para los álbumes de música han sabido encontrar su expresión a pesar del achicamiento del lienzo en blanco. La pintura y la gráfica puestas al servicio del sobre musical, fueron inmediatamente anteriores a la noción de realidad virtual que las tecnologías de fin de siglo pudieron vislumbrar para la generación de nuevas realidades que están por ahora postergadas, antes del nacimiento del arte del siglo veintiuno. Ya hablaremos de esa, pequeña y rica historia que aún no termina, del arte de tapa de vinilos.-